Durante décadas, el Poder Judicial en México ha sido una de las instituciones más cerradas del Estado. Con una lógica profundamente corporativa y jerárquica, ascender dentro del sistema judicial ha implicado seguir una carrera interna que, si bien garantiza cierta formación, también ha fomentado círculos de poder que se retroalimentan entre sí. En este contexto, la irrupción de candidaturas externas a jueces y magistrados —como la de Luz Adriana Rico Páez— puede representar más que una anomalía: una oportunidad real de cambio.
Estas candidaturas traen consigo perfiles con experiencias más amplias, trayectorias en litigio, derechos humanos, justicia con perspectiva de género y, sobre todo, una visión menos burocratizada de lo que significa impartir justicia. Al no estar atados a las dinámicas internas del Poder Judicial, los candidatos externos pueden llegar con una mirada crítica y renovadora, sin las lealtades internas que a veces impiden actuar con independencia o empatía.
Además, su participación puede contribuir a que la justicia deje de hablar solo en códigos técnicos incomprensibles para la ciudadanía. Propuestas como “sentencias en lenguaje claro” o “juzgados de puertas abiertas”, impulsadas por candidatas como Rico Páez, no solo suenan bien: responden a un reclamo profundo de una sociedad que se siente marginada por un sistema judicial ineficiente, lejano y, muchas veces, indiferente.
Claro que esto no significa que todos los externos sean garantía de excelencia, ni que los jueces de carrera no tengan méritos. Pero diversificar el perfil del Poder Judicial puede romper inercias y abrir el debate sobre lo que realmente significa impartir justicia en un país desigual.
En tiempos en que se discute una reforma judicial profunda, abrir la puerta a voces nuevas, incluso incómodas para el sistema tradicional, puede ser el primer paso hacia una justicia que deje de ser un privilegio técnico y se convierta, por fin, en un derecho cercano.
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